domingo, junio 18, 2006

FUEGO CRUZADO - Cuento

Se levantó con un guayabo muy fuerte que hizo que su cabeza se sintiera estallar.
- No debí ponerme de valiente a tomar esas cervezas, estoy vuelto mierda-. Con la mano derecha mató al despertador que, de manera cruel, le recordaba del trabajo que le encargó el capitán Rico a realizar temprano en la mañana. -Esa vaina de vivir solo es buena hasta que se acuerda uno que hay que planchar y lavar-, pensó, igual, el capitán le caía muy mal, pero que se le iba a hacer, su empleo estaba en juego.

Se levantó como si tratara de demorar lo inminente, miró la enorme carpeta llena de papeles que parecía pedir clemencia ya que resultaba demasiado pequeña para contener tantos papeles. Se bañó rápido, pero se le olvidó afeitarse y parecía trasnochado. Decidió ponerse el uniforme para verse un poco mejor, tomó su Beretta 9mm, la revisó y se la enfundó en la cartuchera de cuero. -Este día esta muy bueno, lastima ir a perderme otra vez en los pasillos-, dijo. Tomó una buseta casi sin mirar la tablilla de la ruta, la costumbre lo obligaba. Los diálogos de los pasajeros le parecían banales hasta que llegó a ese edificio anónimo del que nadie sospecharía nada.

- ¡Teniente Aguilar!-, dijo la recepcionista del edificio, -¿No se acordaba que hoy tocaba vestirse de civil?
- No… ni idea…
- Bueno, fresco, váyase a los lockers y aproveche que usted siempre deja un vestido.
- … Ah, gracias Maritza.
- De nada teniente, y siga donde el capitán que estaba preguntando por usted.
- Carajo, gracias. Se alejó, fue a cambiarse y se puso un brazalete negro que decía “F2”.

-Aguilar, buenos días. El capitán Rico lo saludó, sin levantar la mirada del folio que leía.
- Diga, mi capitán…
- Vea, hermano, ya sabe lo que tiene que hacer así que váyase rapidito y llévese uno de los carros… Al decir esto, le lanzó una llave de automovil.
- Si mi capitán, ya mismo.

Cuando se fue, le pareció ver algo raro sobre el escritorio, pero no le puso cuidado y se fue. Al otro lado de la calle, en un pequeño edificio, unos hombres vestidos de camuflado se pusieron nerviosos, mientras escuchaban un dialogo breve, después, uno de ellos, llamó por teléfono y dijo:
-Confirmado, todo listo, vamos a ver si encontramos a ese marica-, colgó y todos se alistaron para salir.

Aguilar bajó al garaje y abordó un triste Renault 9 blanco y negro de la Policía, pensando en donde era que quedaba el parqueadero de su destino. Por el radioteléfono, el despacho daba los más variados reportes en código:
- … Erre tres con el veinticinco, en el Centro Nariño, un cinco cuarenta y dos con armas en la ruta de Germania…
Eso lo ponía nervioso, así que le bajó el volumen, nunca se pudo acostumbrar a ese sonido de cambio de frecuencia del radio, ese chillido que le ponía los pelos de punta.

Mientras tanto, en una finca grandísima del Magdalena Medio, un hombre corpulento dejó caer el teléfono, asombrado por el coraje del Estado.
- Esos hijueputas creen que nos van a joder, ¡¡Chumbimba!! Venga para acá. Se acercó un tipo flaco.
- Mande, patrón, vea mijo, háblese con los del eme y dígales que es hora de cobrarles un favor, ¿ellos ya saben?
- Si patrón, dijo el hombrecito mientras se rascaba una nalga con parsimonia.
- Bueno, entonces, póngase en esas, dígales que lo que quiero son esos papeles, no mas, y que sean muy discretos, ¿si?,
- Si señor, hágale, aprovechemos que el Presidente les mamó gallo, pero ya oyó, ¿no? Discreción, no vaya y sea que nos la monten a nosotros después y se arme un problema el berraco.
Chumbimba salió con la misma parsimonia con la que entró, cogió un radioteléfono y dijo:
- Pilas, camaradas, háganle a lo que acordamos hoy mismo porque el patrón necesita una mano, ¿me copian?
- ... Erre, erre, listo, va pa’ esa, cambio y fuera. Y se cortó la comunicación.

El centro, como siempre, estaba despertando con una lenta llegada de los oficinistas que iba a dispersarse por el panorama como el agua desaparece en una esponja. Las palomas no perdían la oportunidad de cagarse en la estatua de Bolívar, y se empezó a llenar la plaza de gente. Aguilar llegó a marcha lenta, por cortesía del trancón mañanero y se dirigió, sin darse cuanta, a la imponente edificación de placas en piedra caliza. Le dijo al celador del parqueadero que venia a ver a un magistrado para entregarle unos documentos importantes; el celador, indiferente, lo dejó pasar sin preguntar nada. El parqueadero estaba inusualmente lleno, así que le costó algo de trabajo conseguir un espacio.

Ya estaba cerrando el carro y se dirigía al ascensor, cuando, súbitamente, llegaron dos camiones de estacas y entraron a la fuerza, rompiendo la barra con la velocidad que llevaban, el teniente estaba como atontado, y no podía asimilar lo que pasaba, de hecho, pensó que era un accidente, aunque poco común. No pudo sino mirar como se bajaba de los camiones un grupo de asalto con fusiles de asalto Kalashnikhov AK-47 y mató a los pocos celadores que custodiaban la entrada. No les tomó mucho tiempo reconocer a su objetivo: el teniente Aguilar, así que le dijeron que soltara esa carpeta y dispararon contra el, errándole por muy poco, este a su vez, sacó rápidamente su arma y empezó a disparar mientras subía al ascensor. Pensó en avisar a sus compañeros, pero se acordó que había dejado el radioteléfono en el carro, así que cuando llegó al lobby avisó a los celadores que quedaban. Con el fólder en la mano, se dirigió a la sala penal, pero lo traicionaron los nervios cuando escuchó al comando invasor que lo llamaba por su nombre mientras los disparos seguían; así se perdió, y apunto de perder la cordura, se metió al primer cuarto que encontró, tomó un teléfono y llamó por la línea directa que solo el sabia al capitán Rico, el único que se le ocurrió lo podía ayudar.

- ¿Aló? ¿Capitán?, si, con el teniente Aguilar, vea… no… no, no tengo tiempo, le informo que nos sapearon, me están buscando, y se tomaron el Palacio hartos guerrillos, mándese gente para aquí por favor, yo mientras tanto voy a entregar el paquete…

En ese momento se cortó la llamada, pero por fin se ubicó dentro del Palacio, todo lo que tenía que hacer era llegar al cuarto piso y defender la posición hasta que lo ayudaran. Un celador que se escondió cuanta que vio al teniente salir del pasillo sur en el primer piso, disparar unas quince veces en medio de la humareda de las ametralladoras y abatir un par de guerrilleros y salir corriendo hacia las escaleras cargando el arma de nuevo. Fue la ultima persona que lo vio, de el nada se sabe. El resto es historia patria en su página mas negra, tan negra fue, que no hay certeza de nada aún después de veinte años.

No hay comentarios.: