De cómo superar a García Márquez en el 40º aniversario de su obra cumbre y vivir para contarlo, o la formula mágica para irse de Macondo hacia un lugar mejor.
Seguramente hay muchos entre la creciente población lectora que consideran a Gabriel García Márquez cómo un autor prioritario en las bibliotecas caseras y la mente del corriente literario colombiano. Es verdad que el Nóbel les ha enseñado mucho a los que superan el promedio colombiano de lectura de un (1) libro mensual, le debemos el realismo mágico, la ironía y la visión tropical de la cotidianidad.
Pero más allá de estas verdades incuestionables: ¿Es García Márquez realmente necesario para la continuidad de la literatura en el país? Esta pregunta, en el momento del lanzamiento de una hermosa edición de aniversario de Cien años de soledad, esta vez de parte de
Sin embargo, son bastantes los que están hasta el cuello de ese libro y su autor. Es que acaso ese esfuerzo de vanagloriar por enésima vez a Gabo, ¿no podía ser canalizado hacia la nueva generación de autores? Estamos en un país “gabizado” y se le rinden, más tributos de lo necesario a un autor que ya ni vive en su patria y prefirió el refugio en México. La falta de pertenencia se deja ver en un artículo que en 2001 la escritora cubana Zoe Valdés publicó en el diario español El País, en que critica su insolidaridad con los latinoamericanos, al preocuparse tan solo por las restricciones que les fueron impuestos para la entrada a
Es hora de que los autores nuevos -Mendoza, Gamboa, Ospina, Montt, y muchos otros que se omiten por falta de espacio, pero no de méritos- den un nuevo aire a la literatura criolla, por lo menos en los momentos en que nuestro Nóbel sufre de estreñimiento creativo, para no quedarnos atrás con respecto los estilos ni a las tendencias que los escritores del mundo aplican sin contemplaciones.
Si un país se ve reflejado en su literatura, entonces el país que Gabo escribe ya no es el que ve, ni siquiera sigue siendo parecido al de hace 40 años. Lo que se necesita es un reflejo de nuestras realidades, nuestros problemas, nuestra interacción con el mundo. La cotidianidad evolucionada. Esas son las exigencias para el presente, no más trópico macondiano, que de eso ya queda muy poco; el creciente aunque desordenado fenómeno urbanizador al que se está sometiendo todo el territorio nacional deja poco a la ingenua imaginación de un coronel de
Nada de esto debe ser entendido, obviamente, cómo un ataque directo a tan insigne escritor, no. Si quieren comprobarlo por ustedes mismos, vean en su interior –o en su biblioteca- y cuenten los libros de García Márquez que se amontonan en los anaqueles como asumiendo el papel de decanos o viejos catedráticos en un aula llena de imberbes libritos.
Si permanecemos con esa actitud dogmática de revestir de un aura de intocable al viejo maestro, no llegaremos a ningún lado y solo ocasionaremos una renovación cíclica del estilo macondiano o algo diferente, cómo las declaraciones que dio en el Primer Congreso de la lengua en Zacatecas, en el que dejó patente su rechazo a la ortografía clásica, aduciendo que el español debía eliminar las fronteras y dejar la tiranía que oprimía a los hispanohablantes; cosa a la que se opuso Vargas Llosa calificándolo de “irreverencia” y “desplante”.