En este texto introductorio a las políticas culturales y sus paradigmas en América Latina, se puede notar la intencionalidad del autor de exponer las principales situaciones con las que son relacionadas la cultura y la política.
Las aparentes contradicciones que conlleva la simbiosis cultura-política quedan patentes en las primeras páginas del texto, en donde de manera sencilla, Vargas Llosa expone la incompatibilidad que ocupa la lectura[1].
Para el autor, las políticas culturales son “El conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de una población y obtener consenso para un tipo de orden o transformación social”
Es por esta aparente disfuncionalidad entre la terminología política y cultural y las variadas concepciones sobre la cultura latinoamericana que las políticas culturales han cobrado tanta importancia desde que el término fuera acuñado a mediados de, los años 80, y lo que actualmente se conoce como políticas culturales, García Canclini lo percibía cómo un tema que era debatido sin el rigor científico que requería[2]., llegando incluso a retomar la idea de la inexistencia de dichas políticas.
Esta posición no dura mucho, teniendo en cuenta la mención de importantes iniciativas por parte de organizaciones internacionales y ONG’s que empezaron a preocuparse en los cada vez mas abundantes congresos por sacar de la informalidad el tema cultural en los gobiernos y sus diferentes enfoques y, bajo unas investigaciones concretas poder definir las pautas a seguir para que las culturas no permanezcan sepultadas en el olvido burocrático y colectivo, tergiversadas por las especulaciones filosóficas. En síntesis, la rigurosidad científica y el método están siendo empleados en el análisis de las estructuras culturales.
Aún cuando el autor aclara su intencionalidad de la no circunscripción a los programas estatales, es muy difícil esto, sabiendo que los primeros informes y planes culturales son productos de fuentes pseudo oficiales y se centran únicamente en las políticas gubernamentales, obviando el desarrollo y crecimiento de un país por medio del apartado cultural, que ha sido visto cómo un campo para la iniciativa de las industrias culturales masivas.
El análisis de las políticas a seguir en este campo no es solo producto del empirismo trasladado por políticos al papel bajo la fórmula de “política cultural”[3] que, aunque válido cómo punto de partida bastante adecuado (porque demostraba cuando menos cierto esfuerzo estatal por resultar coherente en sus políticas), se quedaba en eso, en un punto inicial, y no se buscaba mucho sentido global y reflexión de los directamente implicados en la cultura y la manera en que esta se integraba a las acciones estatales por medio de vínculos sociales.
La iniciativa a incluir la cultura como uno más en el portafolio gubernamental le correspondió indirectamente al accionar privado, en una especie de neo-conservadurismo, ya que estos (transnacionales, movimientos religiosos y agrupaciones culturales, entre otros) reconocieron primero que los gobiernos, y sin su intervención la necesidad de ahondar en una política cultural concreta y metódica y fomentar una mayor investigación por parte de la iniciativa pública.
En la búsqueda de una visión general del estado sobre las políticas culturales, es inevitable que se pretendan ver los límites de la sociedad nacional, cosa que permitiría, desde luego, delimitar los alcances y la efectividad de los lineamientos a seguir en materia cultural (entendiendo que la cultura no es solo lo que se conoce cómo “alta” cultura, sino cómo el conjunto de convenciones, procesos y signos donde se elaboran la significación de las estructuras sociales que permiten una cosmovisión unificada) así como su democratización.
Tal como menciona García Canclini “Documentar las políticas culturales sigue siendo una tarea indispensable para poder hablar de ellas, o sencillamente para evitar la desmemoria de nuestros pueblos”[4] Este es el motivo principal por el que la cultura y sus políticas no son planteadas de manera posterior, sino que se estructuran en los planes gubernamentales para la cultura y el papel de esta última aporta grandemente a la comprensión del campo socioeconómico al exponer el verdadero sentir de los pueblos que están pasando por los procesos de la modernidad y sus soluciones cómo una alternativa al desarrollo[5] viendo a la cultura desde un enfoque más antropológico.
Sin embargo, todos los esfuerzos encaminados al crecimiento de la cultura se ven seriamente obstaculizados por los graves problemas de desarrollo en las sociedades latinoamericanas, problemas que obligan a pagar deuda externa y créditos exorbitantes y así le quitan fondos a la cultura por la austeridad de gastos que se suele decretar en los gobiernos.
Por estos motivos surgen ciertos paradigmas políticos de la acción cultural como el mecenazgo, que al mejor estilo del renacimiento, busca al artista para la satisfacción personal mas que para enriquecer la cultura; el tradicionalismo patrimonialista, en donde la cultura debe estar construida y concentrada en torno a la “identidad nacional” bajo la interpretación que les es impuesta y cómo no sigan esa interpretación, serán discriminados por actuar en contra de la identidad nacional. Todo individualismo y originalidad se suspenden.
El estatismo popular, por su parte, concentra en la paternalista y heroica visión del Estado como fuente y recipiente de los valores nacionales, que a su vez son cultura, que acogerá la cohesión del pueblo bajo la tutela protectora del estado y su cultura estandarizada; la privatización neoconservadora soltó un poco las riendas de la cultura al hacerlo algo notable y asequible, democratizando sus contenidos, aunque todavía no fuesen para todos; la democratización cultural, que concibe la política cómo un mero programa difusor de la “alta cultura”[6] y la democracia participativa en la cual se invita al acto de consumir la cultura como un bien o servicio, la obra y el sentido subyacente en si mismos no son tan importantes.
Acudimos pues a una inquietante escenario: el de las consolidaciones de las políticas culturales de todo corte en los países latinoamericanos, cuyos gobiernos son mucho mas concientes de la responsabilidad social que conlleva el idear y dirigir políticas culturales que en alguna manera contribuyan al desarrollo de los pueblos y les permitan construir criterio con base en lo que la cultura hace de la población.
[1] Néstor García Canclini, Políticas Culturales en América Latina, México, Grijalbo, 1987, Páginas 13-14.
[2] Íbidem, Página 14 - 15.
[3] Íbidem, Página 18 - 19
[4] Íbidem, Página 22.
[5] Íbidem, Página 23.
[6] Íbidem, Página 46.
Las aparentes contradicciones que conlleva la simbiosis cultura-política quedan patentes en las primeras páginas del texto, en donde de manera sencilla, Vargas Llosa expone la incompatibilidad que ocupa la lectura[1].
Para el autor, las políticas culturales son “El conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de una población y obtener consenso para un tipo de orden o transformación social”
Es por esta aparente disfuncionalidad entre la terminología política y cultural y las variadas concepciones sobre la cultura latinoamericana que las políticas culturales han cobrado tanta importancia desde que el término fuera acuñado a mediados de, los años 80, y lo que actualmente se conoce como políticas culturales, García Canclini lo percibía cómo un tema que era debatido sin el rigor científico que requería[2]., llegando incluso a retomar la idea de la inexistencia de dichas políticas.
Esta posición no dura mucho, teniendo en cuenta la mención de importantes iniciativas por parte de organizaciones internacionales y ONG’s que empezaron a preocuparse en los cada vez mas abundantes congresos por sacar de la informalidad el tema cultural en los gobiernos y sus diferentes enfoques y, bajo unas investigaciones concretas poder definir las pautas a seguir para que las culturas no permanezcan sepultadas en el olvido burocrático y colectivo, tergiversadas por las especulaciones filosóficas. En síntesis, la rigurosidad científica y el método están siendo empleados en el análisis de las estructuras culturales.
Aún cuando el autor aclara su intencionalidad de la no circunscripción a los programas estatales, es muy difícil esto, sabiendo que los primeros informes y planes culturales son productos de fuentes pseudo oficiales y se centran únicamente en las políticas gubernamentales, obviando el desarrollo y crecimiento de un país por medio del apartado cultural, que ha sido visto cómo un campo para la iniciativa de las industrias culturales masivas.
El análisis de las políticas a seguir en este campo no es solo producto del empirismo trasladado por políticos al papel bajo la fórmula de “política cultural”[3] que, aunque válido cómo punto de partida bastante adecuado (porque demostraba cuando menos cierto esfuerzo estatal por resultar coherente en sus políticas), se quedaba en eso, en un punto inicial, y no se buscaba mucho sentido global y reflexión de los directamente implicados en la cultura y la manera en que esta se integraba a las acciones estatales por medio de vínculos sociales.
La iniciativa a incluir la cultura como uno más en el portafolio gubernamental le correspondió indirectamente al accionar privado, en una especie de neo-conservadurismo, ya que estos (transnacionales, movimientos religiosos y agrupaciones culturales, entre otros) reconocieron primero que los gobiernos, y sin su intervención la necesidad de ahondar en una política cultural concreta y metódica y fomentar una mayor investigación por parte de la iniciativa pública.
En la búsqueda de una visión general del estado sobre las políticas culturales, es inevitable que se pretendan ver los límites de la sociedad nacional, cosa que permitiría, desde luego, delimitar los alcances y la efectividad de los lineamientos a seguir en materia cultural (entendiendo que la cultura no es solo lo que se conoce cómo “alta” cultura, sino cómo el conjunto de convenciones, procesos y signos donde se elaboran la significación de las estructuras sociales que permiten una cosmovisión unificada) así como su democratización.
Tal como menciona García Canclini “Documentar las políticas culturales sigue siendo una tarea indispensable para poder hablar de ellas, o sencillamente para evitar la desmemoria de nuestros pueblos”[4] Este es el motivo principal por el que la cultura y sus políticas no son planteadas de manera posterior, sino que se estructuran en los planes gubernamentales para la cultura y el papel de esta última aporta grandemente a la comprensión del campo socioeconómico al exponer el verdadero sentir de los pueblos que están pasando por los procesos de la modernidad y sus soluciones cómo una alternativa al desarrollo[5] viendo a la cultura desde un enfoque más antropológico.
Sin embargo, todos los esfuerzos encaminados al crecimiento de la cultura se ven seriamente obstaculizados por los graves problemas de desarrollo en las sociedades latinoamericanas, problemas que obligan a pagar deuda externa y créditos exorbitantes y así le quitan fondos a la cultura por la austeridad de gastos que se suele decretar en los gobiernos.
Por estos motivos surgen ciertos paradigmas políticos de la acción cultural como el mecenazgo, que al mejor estilo del renacimiento, busca al artista para la satisfacción personal mas que para enriquecer la cultura; el tradicionalismo patrimonialista, en donde la cultura debe estar construida y concentrada en torno a la “identidad nacional” bajo la interpretación que les es impuesta y cómo no sigan esa interpretación, serán discriminados por actuar en contra de la identidad nacional. Todo individualismo y originalidad se suspenden.
El estatismo popular, por su parte, concentra en la paternalista y heroica visión del Estado como fuente y recipiente de los valores nacionales, que a su vez son cultura, que acogerá la cohesión del pueblo bajo la tutela protectora del estado y su cultura estandarizada; la privatización neoconservadora soltó un poco las riendas de la cultura al hacerlo algo notable y asequible, democratizando sus contenidos, aunque todavía no fuesen para todos; la democratización cultural, que concibe la política cómo un mero programa difusor de la “alta cultura”[6] y la democracia participativa en la cual se invita al acto de consumir la cultura como un bien o servicio, la obra y el sentido subyacente en si mismos no son tan importantes.
Acudimos pues a una inquietante escenario: el de las consolidaciones de las políticas culturales de todo corte en los países latinoamericanos, cuyos gobiernos son mucho mas concientes de la responsabilidad social que conlleva el idear y dirigir políticas culturales que en alguna manera contribuyan al desarrollo de los pueblos y les permitan construir criterio con base en lo que la cultura hace de la población.
[1] Néstor García Canclini, Políticas Culturales en América Latina, México, Grijalbo, 1987, Páginas 13-14.
[2] Íbidem, Página 14 - 15.
[3] Íbidem, Página 18 - 19
[4] Íbidem, Página 22.
[5] Íbidem, Página 23.
[6] Íbidem, Página 46.
2 comentarios:
me interesaría hacer circular este enlace por el grupo entradas >>
http://groups.google.com/group/entradas?hl=es
Bueno, señor o señora Anónimo... haga cómo guste, pero no se olvide de otorgar los créditos correspondientes.
Otra cosa, por favor, corrija el enlace, porque tal parece que no funciona.
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