Sería una postura bastante irresponsable considerar este libro de Orwell sin haberlo leído a conciencia como una obra de ficción. 1984 plantea un serio problema que no ha sido planteado claramente: el poder del Estado y sus límites frente a la libertad individual; ese mismo poder coactivo y represivo que la historia ha resguardado con Adolfo Hitler como su mayor exponente, ya que pretendía que nada estuviese por fuera del ordenamiento del III Reich, que colmaría las expectativas y necesidades de todos sus habitantes.
Orwell se atreve a llevar el poder y la individualidad más allá de esos límites.
La visión del autor sobre el futuro del mundo moderno es del mismo corte que Aldous Huxley, Lewis Carroll, Ray Bradbury, Swift, Defoe y Wells en las épocas de sus escritos mas famosos y apocalípticos.
El personaje principal, Winston Smith, debe ser partícipe de un sistema en el cual nada es producto de una decisión personal, un sistema pseudo socialista que no deja de permanecer en estado de guerra y que sume a sus ciudadanos en el letargo mas absurdo humanamente posible gracias a la figura de poder paternalista por excelencia: El Gran Hermano.
Regular los mas íntimos hábitos de ejercicio del poder, como lo son la reflexión y la opinión es para Orwell la nueva forma de participación, retomando el peor estilo de panem et circenses de la época romana. Todo esto y mas es lo que simboliza en Gran Hermano, figura omnipresente y celosa vigilante de la intencionalidad humana que parece haber aprendido que la revolución empieza por la individualidad y el poder de autodeterminación de cada uno de los habitantes de Oceanía.
Es por los aspectos anteriores que en 1984 se plantea un escenario post apocalíptico que sería el deleite de cualquier dictador del siglo XX: control absoluto de las conductas de los habitantes, creación de falsas necesidades y sucedáneos del bienestar común para encauzar a sus habitantes acerca de la obediencia.
En este escenario, el Gran Hermano surge como una poderosa figura que monopoliza las esperanzas de las personas: un salvador, el amigo incondicional que protege a cambio de una obediencia perfecta por parte de sus protegidos. Pero no solo la obediencia es suficiente para satisfacer ni asegurar la “protección”; también se busca reducir al hombre a su mínima expresión, en un alarde increíble de poder, le removerán al hombre su condición de humano y persona para convertirlo en una mera herramienta que, dicho sea de paso, también es accesoria. O’Brien lo expresaba de una cruda manera, diciendo que no era suficiente la obediencia y el amor hacia el sistema, también era necesario hacer sentir dolor, ya que mediante el sufrimiento del doblegado, se aseguraba una victoria sobre la mente, dejando a un lado todo orgullo posible en la víctima, casi hasta hacerlo desaparecer de su mente.
La mayor expresión de poder sobre el hombre, su conciencia y sus ideales aparece con la siguiente analogía, también expresada por el susodicho miembro del Partido Interior a Winston: “Imagina una bota presionando con fuerza un rostro humano, para siempre”.
El poder del que goza el Gobierno de Oceanía es inconmensurable. Han logrado remover toda autonomía y libertad de sus habitantes, que gustosos han accedido, en pos de una supuesta armonía, aun cuando tanto en el libro como en la película es evidente la miseria en la que se encuentran sus habitantes. Le han dado a Ingsoc y al Gran Hermano el radio de acción necesario para manipular todo, incluso el pasado, con el fin de mantener el poder; pero no solo por las ventajas absolutistas que este ofrece, sino por el goce mismo del poder. Esta arrogancia alimenta su poder como victimarios y los conlleva a los primeros pasos para su superioridad mental y física: dominar la naturaleza por completo, así como el tiempo, y todo concepto que se asocie a este, dejándolo como un prerrogativa exclusiva de Ingsoc; de ahí que sean capaces de adoctrinar de una manera casi hitleriana a la población hasta que no sen capaces de pensar por si mismos, recordar ni discernir para ejercer la libertad que los puede levar a desplazar al Ingsoc. Lo expresa perfectamente el lema del partido que decora el Ministerio de la Verdad:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
Es fácilmente deducible, al menos en el caso de la Franja Aérea 1 (lo que solía conocerse como Inglaterra) el aspecto de campo de concentración que ofrece a sus habitantes, desde los uniformes del partido (ya sea del Interior como del Exterior), el aislamiento casi total del resto del mundo al que la población se ve sometida, el ambiente de guerra permanente (no importa si la guerra es contra Asia Oriental o contra Eurasia, ni siquiera si son aliados un día y enemigos el siguiente, en clara demostración del evidente montaje que ha sido construido y que, paradójicamente no ve la población) y la miseria hacen recrear, por un momento, un campo de concentración nazi y su construcción física y política de panóptico, validando todas las experiencias de Víctor Frankl en Auschwitz dando pie a la supervivencia por medio de la auto motivación interna aferrándose a los aspectos buenos que lo circundan (Logoterapia; véase El hombre en busca del sentido) para poder sobrevivir y no enloquecer o perder la compostura, y de paso, la vida.
En el caso del protagonista, Winston, sus anclajes a tierra parecen hacerse mas ligeros con la llegada de Julia, la mujer que le ayudará a vivir una vida fuera del ordenamiento jurídico estricto y carcelario de Londres y lo ayudará a desafiar al sistema, aun sabiendo que es totalmente inútil, compartiendo con el trozos de lo que podría ser llamado como libertad, al comer por primera vez café real, con azúcar y un pan blanco, un lujo en esos días de pan negro, sacarina, ginebra y café de la Victoria; además de poder tener sexo son los complejos que el partido querría indultarle a esta función tanto placentera como natural y lógica. Otra parte de esa libertar que Julia le diera a conocer a Winston es el amor que entre ellos surge y que va mas allá del sexo aparentemente retratado en el libro. Este amor les permite tenerse el uno al otro, fundir sus convicciones y simplemente, ser mas fuertes y traicionar al Partido y al sistema desde lo mas profundo de sus mentes, en una flagrante demostración del llamado crimental uno de los primordiales objetivos de la Policía del Pensamiento que los captura durante su último abrazo.
El Partido había tenido relativo éxito en las intenciones de reducir el matrimonio y el sexo a un mero deber con el partido, que constantemente buscaba nuevas adhesiones, de esta manera no solo el ser humano era despersonalizado, sino el sexo era desterrado del poderoso imaginario humano como un asunto placentero, la misión se centraba en producir pequeños Espías y funcionarios para los partidos Interior y Exterior. Incluso, el orgasmo estaba en los planes de erradicación total de la mente humana, como si se exterminara una alimaña molesta.
El mayor desafío a afrontar por Winston no era controlar su mente, por miedo a la Policía del Pensamiento, tampoco lo era aparentar la actitud correcta frente a la telepantalla por donde el Gran Hermano le observaba, ni tolerar a los Parsons ni a Syme, ni la horrorosa por demás ginebra de la Victoria. Lo único que no podía traicionar después de Julia es la escritura de su diario y su actitud conciente de doblepensar acerca de la realidad que le rodeaba, que también está consignado en el hermoso cuaderno papel crema que era marcado a escondidas de la enorme telepantalla como una manifestación de la conciencia y del doblepensar que ejercía a costa de la obediencia al partido, era una manifestación de la inteligencia por encima de la fuerza y pasando los filtros de la mentira, como un mensaje para una posteridad que muy posiblemente no exista. Es solamente un mensaje en una botella al futuro con mas posibilidades de caer en el “agujero de la memoria” que de ser rescatado por alguien como el.
Sin embargo, el Estado tiene un punto contra el que ni Julia ni Winston pueden hacer nada: el miedo total, el pánico, la habitación 101. No la muerte, contra la que la infeliz pareja estaba curada, sino con el miedo al dolor de la agonía, la proximidad de la muerte, porque esta sería un descanso; en palabras de Winston: el dolor físico es lo peor, mas allá que la misma muerte.
Orwell da un campanazo de alerta acerca de los extremos en 1984, el totalitarismo es posible y en algunos pocos casos, viable, pero no se debe caer en ese extremo de aplastar a la humanidad, porque si se presiona a un animal acorralado, peleará sin miedo hasta la muerte y hasta provocándosela. Así demostraría que no hay, en un ser humano nada más alto que los ideales y el poder.