Nací dos años después del Gran Terremoto. Diez años antes, a consecuencia del un escándalo que se produjo cuando mi abuelo desempeñaba el cargo de gobernador colonial, éste, asumiendo la responsablidad de los actos culpables cometidos por uno de sus subordinados, dimitió. (Conste que no he empleado eufemismos, ya que, hasta el momento presente, jamás he visto una confianza tan insensata en los seres humanos como la de mi abuelo.) A partir de entonces, mi familia experimentó una veloz decadencia, y en su carrera cuesta abajo se comportó con tal tranquilidad que casi puede decirse que tarareaba alegremente mientras más y más se hundía, mientras contraía formidables deudas, mientras cerraba sus casas, vendía las fincas... Y luego, cuando las dificultades financieras llegaron a su punto máximo, mi familia se entregó a una morbosa vanidad que ardía en llamas más y más altas, como si un perverso impulso las alimentara.
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